Los motivos por los cuales los clientes son morosos

La morosidad empresarial tiene diferentes causas.

Según el reciente Estudio de la Gestión del Riesgo de Crédito que impulsan la aseguradora de créditos Crédito y Caución y la empresa de información Iberinform el impacto de la morosidad en España se ha intensificado sobre el tejido empresarial. El 60% de las empresas españolas sufre el impacto negativo de la morosidad en su cuenta de resultados y el 12% afirma que corre el riesgo de cerrar por el impacto de los impagados, lo que supone cerca de 171.000 empresas. De acuerdo con el citado Estudio de Gestión del Riesgo de Crédito en España, el 48% de las firmas españolas afronta pérdidas de ingresos significativas a causa de la morosidad. El empeoramiento de los efectos de la morosidad alcanza niveles superiores en aquellos aspectos de la actividad empresarial afectados por el encarecimiento de los tipos de interés: el 29% del tejido empresarial registra un incremento de sus costes financieros, el 18% tiene que frenar su expansión comercial y el 15% se ve obligado a limitar sus nuevas inversiones. La morosidad es un riesgo para la actividad empresarial. El incumplimiento de los pagos acordados genera importantes tensiones de liquidez en una situación como la actual y es especialmente desestabilizadora en la operativa de las empresas de menor tamaño.

De toda la vida los deudores han justificado su falta de pago  con cinco excusas universales: la primera, que todavía no ha podido cobrar de sus clientes y que por tanto no puede pagar sus facturas; la segunda, que le han bajado las ventas por culpa de la crisis y por ende se le han reducido los ingresos lo que le provoca problemas de “cash flow” para pagar sus facturas; la tercera, que le ha bajado el margen comercial debido a la competencia y la globalización y no tiene suficiente liquidez para pagar; la cuarta, que tiene dificultades transitorias de financiación a corto debido a un problema de negociación con el banco; y la quinta, que por culpa de la crisis su negocio va muy mal y no tiene fondos en su tesorería.

Las investigaciones sobre las causas de los impagos de las facturas en las operaciones comerciales entre empresas patrocinadas por la Comisión Europea hacen unos cuantos años demostraron que las principales excusas de los deudores son en realidad excusas del mal pagador, ya que la principal causa de la morosidad es el retraso deliberado para aprovecharse de la financiación gratuita que le facilita el acreedor con el aplazamiento de los pagos de las compras. Los estudios de la CE revelaron que tampoco es cierto que el mayor porcentaje de los retrasos en el pago están provocados por la existencia de litigios comerciales, es decir, problemas de calidad o cantidad de las mercancías vendidas que sirvan de pretexto para demorar el pago, falta de puntualidad en las entregas o debido a la aparición de discrepancias sobre la cuantía de la deuda o del vencimiento de la factura. No es verdad que los retrasos en abonar una factura se deban a que el cliente no haya recibido todavía la factura o algún documento original, o que haya problemas administrativos en la tramitación de la orden de pago.

Con anterioridad a la publicación del informe de la CE, se suponía que los condicionantes señalados anteriormente; o sea, problemas de liquidez, litigios comerciales y problemas administrativos eran las principales causas del retraso en los pagos. La realidad es que en la mayoría de los casos los morosos podrían pagar el día pactado con el acreedor comercial, pero no lo hacen porque no les conviene hacerlo por el momento y que pagarán más tarde cuando mejor les convenga. Consecuentemente, el mayor porcentaje de los impagos que se producen en Europa son intencionales, ya que el deudor retrasa los pagos para financiarse a costa del proveedor. Así pues, los estudios realizados bajo el auspicio de la CE revelaron que las distintas causas que provocan la morosidad y los impagados en Europa son: en primer lugar, retrasos en el pago intencionales; en segundo lugar, dificultades financieras del deudor; en tercer lugar, falta de ineficacia administrativa del deudor para controlar sus pagos; y, en cuarto lugar, litigios e incidencias con los artículos suministrados.

Por lo general se le suele echar la culpa de la existencia de morosidad a la coyuntura económica; ahora bien, esto no es cierto puesto que como ya se ha comentado, la coyuntura constituye uno de los condicionantes de la morosidad, pero no es el único causante del fenómeno. Indudablemente la morosidad puede aumentar debido a causas coyunturales, como puede ser la desaceleración de la actividad económica o el enfriamiento de la economía, puesto que, en períodos difíciles, en los que se produce un encarecimiento del coste del dinero, las empresas utilizan la prolongación de los plazos de pago como un sustitutivo de los créditos bancarios. También es cierto que en épocas de crisis los índices de morosidad se suelen disparar y se producen fenómenos de siniestralidad en cadena, puesto que los problemas en el pago se contagian entre las empresas.

Por consiguiente, la morosidad no es un fenómeno provocado por la coyuntura, sino que es necesario considerar la existencia de varios condicionantes que interaccionando entre sí provocan la morosidad. Por lo tanto, no estamos ante un solo determinante, sino que se debe buscar el origen de la morosidad en la combinación y convergencia de varios determinantes.

De todos estos determinantes, y a pesar de que los factores coyunturales pueden agravar la morosidad, los principales condicionantes de los impagados son cinco: el primer, la ausencia en los acreedores de un know how de gestión de cobro; el segundo, la cultura empresarial de la demora, y los malos hábitos de pago; el tercero, la postura de la sociedad demasiado permisiva ante la morosidad; el cuarto, la estructura empresarial; y el quinto, el marco legal y la protección al acreedor que le otorga la Administración de Justicia.

A continuación, vamos a explicar con más detalle la ausencia de un “know how” de gestión de cobro de los acreedores y la cultura empresarial de la demora, y los malos hábitos de pago que son dos elementos que actúan de forma sinérgica y que en la actualidad son los mayores culpables de los problemas de cobro.

En primer lugar, respecto a la ausencia de un “know how” de gestión de cobro en las empresas acreedoras podemos decir que, por motivos culturales, en los países del sur de Europa, persiste todavía una cierta vergüenza a la hora de reclamar el pago de una factura vencida, puesto que no parece educado exigir a un cliente enseguida el pago de una deuda vencida y que el deudor se puede molestar. Al revés de lo que sucede en los países anglosajones en los que se ha desarrollado una fuerte cultura del cobro y donde reclamar una deuda se considera algo tan natural como ofrecer un nuevo producto a los clientes, en el sur de Europa no existe aún una verdadera cultura empresarial de cobros. Las prácticas de cobro en los países del sur son excesivamente laxas y además las empresas no han desarrollado una metodología adecuada para rentabilizar sus créditos a clientes.

Asimismo, debido a la carencia de una cultura empresarial que otorgue prioridad a la cobranza de las ventas las empresas sufren elevadas pérdidas por culpa de la morosidad de sus clientes. En general en los países meridionales los directivos de las empresas proveedoras son demasiado tolerantes con los deudores, ya que prefieren priorizar las actividades comerciales y las relaciones públicas a tratar las condiciones de pago y a reclamar el pago puntual de las facturas. Por cuestiones puramente culturales los directivos son mucho más reticentes que sus colegas del norte de Europa o de los Estados Unidos de Norteamérica a la hora de requerir el pago a los clientes. Tanto la costumbre empresarial considera de mal gusto apremiar el pago a los deudores, por lo que los directivos de las empresas acreedoras se sienten incómodos cuando tienen que recordar a los clientes que han de efectuar el pago de las deudas comerciales.

Por ejemplo, en el caso de España, los directivos de las empresas les provocan apuro e incomodidad reclamar el pago de las facturas vencidas a los clientes. En cuanto al recobro de impagados, hay que tener en cuenta que la reclamación de pagos a los deudores es considerada como una de las tareas más desagradables que se pueden hacer en la empresa. Para mucha gente ir a cobrar una deuda suele provocar una sensación de embarazo, y generalmente resulta más embarazoso para el acreedor que quiere cobrar que para el moroso. Por consiguiente, en España al acreedor todavía le da corte reclamar a los deudores que le paguen debido a un sentimiento de incomodidad. Esta situación no se produce en otras culturas empresariales, puesto que lo primero que hacen las empresas es dejar bien claras las condiciones de pago y son muy rigurosas en el cumplimiento de los plazos de pago de cada operación comercial.

Los directivos del norte de Europa o los norteamericanos no sienten el más mínimo escrúpulo a la hora de reclamar el pago de las facturas a los clientes remolones, y lo hacen inmediatamente después que ha transcurrido el plazo de crédito otorgado. Además, en España hay una conciencia colectiva de resignación a cobrar tarde, de modo que el sentimiento imperante en las empresas españolas es que cobrar tarde o cobrar mal, es algo habitual, que los morosos son una fatalidad y no se puede hacer nada para evitarlo. Otro problema que afecta muy negativamente los resultados de cobro de las empresas españolas es que en muchas compañías no se han incorporado objetivos de reducción del período medio de cobros ni de los saldos de clientes, puesto que no se da importancia a la gestión del crédito comercial.

Estos condicionantes tan propicios para los morosos, incluso llevan a situaciones perversamente absurdas, en las que el deudor se hace el ofendido cuando el legítimo acreedor le solicita el pago de la factura vencida hace muchos días, y el representante del acreedor acaba pidiendo disculpas al moroso por las molestias ocasionadas y por haber dudado de su honorabilidad  (por supuesto sin haber conseguido cobrar un céntimo del débito) lo que no deja de ser una circunstancia exquisitamente surrealista e inconcebible en otras latitudes.

En segundo lugar, la cultura empresarial de la demora y las malas costumbres de pago son un factor muy importante puesto que constituyen el principal generador de morosidad. En España no existe una cultura empresarial que fomenta el pago puntual y las empresas no dan prioridad alguna a tener un perfil de buen pagador, por consiguiente, no supone ningún objetivo estratégico para las empresas, por lo que no se han implantado políticas de atender puntualmente los pagos a proveedores. Hay que hacer notar que el gran generador de morosidad en España es un factor inherente a la cultura empresarial. No son causas estructurales, legales, ni coyunturales las que provocan la plaga de la morosidad, sino una actitud generalizada de las empresas ante el cumplimiento de las obligaciones de pago. La inexistencia de una ética definida en el cumplimiento de las obligaciones de los deudores ha dejado un vacío moral que permite la existencia de una morosidad permanente. Hoy en día, el retraso intencionado de los pagos a los proveedores es sinónimo de buena gestión empresarial. Y lo peor es que se ha demostrado en diversos estudios europeos que los clientes abonan sus facturas siguiendo un criterio selectivo basado en su propio interés; en otras palabras, pagan mucho peor a los proveedores no estratégicos y que pueden ser reemplazados con facilidad.

Por el contrario, los proveedores que no pueden ser sustituidos son pagados mucho antes por los mismos compradores. Existe, por tanto, un problema deontológico en la actuación de los empresarios. Pero el comportamiento moroso ocurre no sólo en los sectores marginales de la sociedad o en empresas insolventes o con poca liquidez, también en el mundo empresarial. La política que se aplica en muchas empresas solventes y con gran liquidez, de demorar intencionalmente los pagos a los acreedores, está considerada por muchos dirigentes como un modelo de buena gestión empresarial. Muchos directivos consideran perfectamente ético intentar retrasar al máximo los pagos a sus proveedores de forma intencionada. Además, algunos dirigentes empresariales aprovechan cualquier fallo por parte de un proveedor para no pagar al vencimiento. Algunos empresarios tienen como política pagar las facturas únicamente cuando el acreedor ha exigido varias veces el cobro. En caso de olvido por parte del acreedor de reclamar la deuda, se considera como natural no realizar el pago. Esta carencia de ética y cultura empresarial en el cumplimiento de las obligaciones de pago se puede constatar incluso cuando el deudor firma documentos mercantiles como puede ser contratos, reconocimientos de deuda, pagarés o cheques. En numerosas ocasiones el suscribir estos documentos –que en otros países son casi sagrados– no supone para el firmante ni siquiera un compromiso moral para su cumplimiento.

De modo que en España existe un serio problema de ética empresarial, ya que las prácticas poco éticas en los pagos se encuentran tan arraigadas en las empresas que se han convertido en norma, en lugar de ser una excepción. Con esta mentalidad es muy difícil erradicar la morosidad. Consecuentemente las prácticas de dilatar los pagos son básicamente fruto de una cultura empresarial que se ha desarrollado no sólo debido a factores económicos, sino además a las malas prácticas de pago imperantes en las relaciones mercantiles como por ejemplo imponiendo que los meses de agosto y diciembre no se paga por vacaciones del responsable de pagos. En casos extremos algunos compradores que tienen como fecha fija de pago el día 30 de cada mes, pero como el mes de febrero no tiene un día 30 no pagan las facturas que vencen el último día de febrero y aplazan los pagos hasta el 30 de marzo.

Un ejemplo de morosidad es cuando el cliente contacta con el proveedor y le dice que en el último envío de mercancías había una caja con producto defectuoso por lo que no va a pagar la factura, y, por tanto, espera recibir una factura rectificativa; con este subterfugio ha retrasado el pago bastantes días. Otro ejemplo habitual es cuando el deudor dice que no ha recibido la factura y pide que se le mande de nuevo por correo postal, con lo que retrasa unos cuantos días el pago. Es decir, muchos deudores van alargando con estratagemas los plazos de pago. También existen deudores que, para alargar el pago real de una factura nos han enviado cheques que “por descuido” se habían olvidado de firmar. De esta manera entre que se les devolvía el cheque y lo firmaba un apoderado ganaban varias semanas. Otra distracción bastante habitual es extender el cheque a nombre de otro acreedor, con lo que se consigue el mismo resultado que con el truco anterior. Otra versión de este fraude en los instrumentos de pago consiste en enviar una circular por correo en el que anuncia que adjuntan un cheque para liquidar tal factura, pero se han “olvidado” de meter el talón en el sobre. Ante tal problema de memoria, la ciencia médica debería investigar si tal vez existe un virus que interfiere en el buen funcionamiento de las neuronas de los morosos.

 

 

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Autor: Pere Brachfield, abogado colegiado en el Ilustre Colegio de la Abogacía de Barcelona, ICAB.
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