La morosidad es un fenómeno difícil de erradicar puesto que forma parte de las costumbres del país y ha existido enraizada en la tradición española hace siglos, por lo que únicamente con cambios legislativos no será posible acabar totalmente con el problema.
La sociedad española ha sido siempre muy tolerante con los morosos e incluso existe cierta simpatía hacia el «morosillo» que huye y esquiva hábilmente a sus acreedores.
En el fondo a lo largo de la historia siempre han existido aprovechados que medran a costa de no pagar a sus acreedores.
En un breve vistazo a través del túnel del tiempo podríamos ver que en la antigüedad las medidas para combatir a los malos pagadores eran mucho más drásticas que las actuales. En la época romana los morosos eran encarcelados para obligarles a pagar sus deudas, y si después de un tiempo en prisión no pagaban ni había un familiar que pagase su deuda, el acreedor podía venderlo como esclavo para resarcirse de su crédito. En caso que el deudor no pudiera ser vendido como esclavo por no cotizar en el mercado –o porque que el acreedor fuera cruel– el demandante tenía derecho a ejecutarlo.
El paso del tiempo suavizó las leyes contra los morosos y sólo se les encarcelaba si no pagaban sus deudas.
Durante la Edad Media a los morosos se les hacía pasar por un escarnio público que consistía en pasearlos encima de un burro por las calles de la ciudad disfrazados con una llamativa túnica que llevaba dos grandes cruces rojas por delante y por detrás y con un capirote (como los de las procesiones de Semana Santa) en la cabeza. Los morosos eran objeto de la burla y escarnio público y en muchas ocasiones eran ejecutados.
Las cosas no mejoraron con la llegada al poder de los Austrias, puesto que el Emperador Carlos I de España (y V de Alemania) en el siglo XVI dictó un decreto que condenaba a la pena de muerte por horca a los deudores insolventes. Más tarde los reyes españoles suavizaron las leyes y los morosos sólo eran encarcelados si no podían pagar sus deudas.
En realidad el moroso del Siglo XXI es el descendiente de los célebres pícaros tan bien descritos en las obras literarias de los siglos XVI y XVII. Un ejemplo se encuentra en el libro del «Lazarillo de Tormes» publicado hace casi 500 años, y en el que se retrata al antepasado de los morosos actuales. Gracias a este libro se puede verificar que ya existían morosos (o por lo menos sus precursores) en aquella época – en concreto nos referimos al escudero uno de los amos a los que sirve el Lazarillo– y narra como eludía a sus acreedores utilizando prácticamente los mismos métodos que utilizan los morosos de hoy en día.
Por lo tanto ni siquiera la prisión por deudas sirvió como elemento disuasorio, puesto que durante siglos siguieron existiendo malos pagadores a pesar de que el castigo era dar con sus huesos en la cárcel (menos los nobles que tenían el privilegio de eludir la prisión por deudas).
En los siglos XVI y XVII los morosos eran encarcelados sin piedad; entre los condenados por no pagar sus deudas se encontraron personajes tan famosos como Miguel de Cervantes que fue recluido en la cárcel de Sevilla por problemas de dinero (se cree que empezó a escribir el Quijote durante su estancia en la cárcel).
Mateo Alemán –autor del libro de picaresca «El Guzmán de Alfarache»– es otro famoso escritor que a finales del S. XVI pasó largas temporadas en la cárcel por no poder pagar sus deudas, con lo que pudo hablar de la picaresca con auténtico conocimiento de causa.
En la época contemporánea se despenalizó en toda Europa la prisión por deudas. En España los morosos –a menos que hayan cometido algún delito punible– no pueden ser encarcelados si no pueden –o no quieren– pagar a sus acreedores (como excepción a la no prisión por deudas civiles tenemos que el impago de la pensión alimenticia al excónyuge si puede dar lugar a una condena de cárcel).
En la actualidad la sociedad sigue sintiendo cierta simpatía hacia los morosos recalcitrantes, como lo demuestra la existencia de personajes de ficción que hacen las delicias de los lectores de tebeos; este es el caso del moroso profesional dibujado por el genial Ibañez en las historietas de «la rue 13 del Percebe». O la serie de televisión emitida por Antena 3 «la casa de los líos» en la que el protagonista de ficción, Don Arturo Valdés –encarnado magistralmente por el actor Arturo Fernández– era un moroso de tomo y lomo que se dedicaba a eludir a sus acreedores a lo largo de los capítulos de la serie. El propio Arturo Fernández reconoció la popularidad que le dio este personaje de ficción, que encarnaba al moroso profesional.