Don Máximo Mor Osazo, vida y milagros

Una pregunta que muchos empresarios me han hecho como morosólogo es como se puede reconocer a tiempo al moroso profesional y evitar entrar en riesgo con este tipo de personajes. Al señor Máximo Mor Osazo (personaje ficticio que encarna al profesional del impago) se le puede reconocer con cierta facilidad si seguimos aquel dicho de: «que por sus obras lo reconocerás».

 

Por consiguiente es necesario estar atento a ciertos detalles para detectar a tiempo a los morosos profesionales, ya que viven camuflados entre nosotros o lo que es peor intentan aparentar lo que no son, proyectando una imagen impecable ante la sociedad. Con toda seguridad hemos visto muchas veces a Don Máximo sin reconocerlo; nos hemos cruzado con él en la entrada de un restaurante de lujo, o lo hemos visto en el vestíbulo de un hotel de 5 estrellas, o bien esquiando en las pistas de Baqueira Beret. También se le suele ver alternando con los VIPS en el puerto deportivo de Palma de Mallorca o jugando al golf en un club selecto.

Su retrato robot es: varón de 45 años, empresario (o mejor dicho pretende ser empresario), de elevada estatura, porte atlético, bronceado, elegante, vestido siempre de forma impecable y a la última moda, simpático, con don de gentes. Además posee sangre fría, gran aplomo y asombrosa agilidad mental que le permite salir airoso de situaciones comprometidas. Don Máximo es un gran deportista y su especialidad son los 100 metros lisos, llegando a alcanzar velocidades dignas del plusmarquista mundial Usain Bolt.

Don Máximo cambia con frecuencia de domicilio pero reside habitualmente en una gran ciudad, vive en un apartamento de alquiler en un edificio de lujo y en el mejor barrio de la ciudad (por supuesto hasta que lo echen por no pagar el alquiler). Preferiblemente escoge un piso con vistas a la calle y lo más alto posible; lo ideal es que sea un ático, ya que de esta forma puede controlar perfectamente la calle y divisar con facilitad cualquier acreedor que tenga la indelicadeza de ir a visitarlo. Esto le da tiempo para preparar una estrategia de escaqueo. Además si detecta la intrusión de un acreedor en el edificio puede sabotear el ascensor. Un recorrido por la escalera de trescientos y pico escalones es suficiente para disuadir o –en el peor de los casos– extenuar al acreedor más corajudo. De esta forma un acreedor que tuviera el brío suficiente para subir a pie, llegaría a la puerta derrengado y sin fuerzas para exigir el dinero. Al propio tiempo en caso de emergencia, Máximo puede incluso saltar al edificio de al lado y fugarse sin más problemas.

Don Máximo tampoco tiene propiedades inscritas a su nombre en ningún registro público

desde que se inventaron las sociedades limitadas de 3.000 euros de capital, es titular de varias de estas compañías con testaferros y hombres de paja, para mantener a salvo sus propiedades. Y además su situación familiar es poco convencional, nadie sabe si está divorciado, separado o soltero; lo que sí es seguro que en una ocasión contrajo matrimonio, pero fue solamente por poco tiempo y para tener otro nombre a su disposición. Eso si, le encantan las señoras, puesto que mantiene varias relaciones sentimentales a la vez; le resulta fácil ya que es un gran seductor. Tampoco le hace ascos a que una señora acaudalada le pague algún capricho o financie alguno de sus negocios.

Don Máximo tiene un hermano gemelo idéntico, Don Perfecto, con el que suele realizar al alimón ciertos «negocios» financieros

En particular solicitar créditos a entidades bancarias suplantándose mutuamente, ya que al ser gemelos monocigóticos, el director del banco o incluso el notario no pueden notar la suplantación de identidad. A la hora de recibir la reclamación del banco para reintegrar el dinero Don Máximo o Don Perfecto, según sea el caso, niegan categóricamente haber solicitado el préstamo y retan a que un perito calígrafo pueda dictaminar que la firma en el documento sea suya. Salta a la vista que el prestamista no podrá probar que uno de los hermanos univitelinos usurpó la identidad del otro y que todo ha sido un pufo urdido a cuatro manos por los gemelos para no reembolsar el dinero.

Don Máximo además se dedica a los negocios, aunque ni sus vecinos ni el barman del club que frecuenta, podrían decir exactamente a qué se dedica

Don Máximo dice a todo el mundo que tiene varias empresas y siempre está explicando nuevos proyectos que guardan poca relación los unos con los otros. El caballero tiene unas imponentes tarjetas de visita con nombres pomposos –que por cierto todavía no ha pagado a la imprenta– que le sirven para captar a los futuros «incautos». No obstante nadie se atreve a poner en duda su gran capacidad para los negocios, puesto que salta a la vista el éxito que ha obtenido. Sus trajes caros (el sastre es el presidente de su club de acreedores), sus corbatas de marca, su automóvil de gran cilindrada (la empresa de renting lleva un par de años intentando recuperar el vehículo puesto que sólo les pagó la primera cuota) su reloj y joyas de oro (el joyero es el vicepresidente del citado club de acreedores desesperados) y su tren de vida demuestran fuera de cualquier duda que es un triunfador. Un vistazo a su exclusiva cartera de piel de cocodrilo permite ver que no lleva un céntimo pero que está llena de tarjetas de crédito (todas en números rojos). Además lleva siempre encima varios talonarios y acribilla con cheques sin fondos a los proveedores incautos.

Ahora bien el gran activo de Don Máximo son sus relaciones; conoce a todo el mundo; todas las personalidades públicas, desde el presidente del gobierno hasta la estrella de cine de moda, todos son amigos suyos. Asimismo es una persona con un gran nivel académico, doctorado en derecho y economía por la «University of the Bermudas» y con un máster en empresariales en la «Cayman Islands Business School». Otra faceta es haber viajado por todo el mundo, ya que conoce como la palma de su mano los cinco continentes (en 5 agencias de viajes que tuvieron la imprudencia de ofrecerle «viaje ahora y pague después» le conocen muy bien). No obstante no es ningún esnob y sabe codearse con todo tipo de gente, sin importarle a que clase social pertenecen –siempre que tengan dinero y estén dispuestos a invertir en sus negocios– y tiene la virtud de caer siempre bien a todo el mundo. Y es que tiene una personalidad camaleónica, tanto es capaz de hablar de fútbol (es íntimo del seleccionador nacional) como de religión (bajo riguroso secreto cuenta que asesora al Papa en inversiones internacionales) por lo que puede adoptar múltiples personalidades.

Pero no todo son negocios en la vida de Don Máximo, puesto que además de sus actividades como emprendedor también es un reputado deportista, y además campeón internacional de su especialidad deportiva: el «persianing». Este deporte de alto riesgo (se entiende para los proveedores) consiste en cesar las actividades de una empresa que ya ha acumulado demasiadas deudas mediante el «persianazo»; es decir cerrando definitivamente las puertas de la noche a la mañana y salir corriendo, dejando a una legión de acreedores con dos palmos de narices. Por supuesto al día siguiente y haciendo gala de una moral inasequible al desaliento, Don Máximo –que es un emprendedor nato– ya ha abierto una nueva empresa llevándose aquellos activos que puedan serle útiles en la nueva aventura empresarial, pero –seguramente debido a su carácter olvidadizo– se ha dejado olvidado todo el pasivo en la antigua empresa. Este es su único defecto, sus terribles problemas de memoria, incluso ha hecho correr la voz que padece ataques de Alzheimer selectivos (sólo los tiene cuando se le aproxima un acreedor).

Don Máximo siempre está dispuesto a hacer nuevos amigos, sobre todo le encanta conocer al nuevo director de la sucursal bancaria (con el anterior había llegado a un situación irreconciliable) para pedirle un crédito

o ir a visitar a un nuevo proveedor, al que promete el oro y el moro, para iniciar lucrativos negocios. Desde luego es un experto en negociación y relaciones humanas, cuando un proveedor impaciente se empeña en cobrar una factura con varios meses de antigüedad, siempre consigue convencerle de que el responsable de la falta de pago es otra persona (la secretaria, el contable, el gobierno); o que ha sido un error del banco, o que la factura está mal hecha, o la mercancía tenía algún defecto, o el servicio no fue correcto. Y el proveedor sale de la reunión absolutamente convencido de que cobrará en cuanto se solucione el incidente, ya que Don Máximo es todo un caballero y le ha prometido que le pagará en cuanto le sea posible. En ocasiones le acaba cercando algún experimentado y tenaz acreedor; en estas circunstancias utiliza sus dotes innatas de actor para explicar alguna desgracia familiar y tocar la fibra sensible del acreedor. El resultado será que el acreedor acabará prestándole cincuenta euros para que pueda coger un taxi (ya que se ha olvidado la cartera en casa y un caballero de su categoría no puede coger el metro) para ir a visitar a su hija que se debate entre la vida y la muerte en el Hospital (por supuesto Máximo no tiene hijos).

Pere Brachfield, director de estudios de la PMCM y profesor de EAE Business School