No hay escapatoria para el moroso

Jaime García paseando por el puerto, se encuentra con Jorge Malapagas, un personaje con el había tenido cierta amistad en el pasado, pero al que hacía muchos años que no había visto. Malapagas se encuentra en el muelle justo delante del agua, con dos enormes pesas de culturismo a su lado.

 

Malapagas reconoce a García y le saluda visiblemente satisfecho de ver una cara conocida. Se dirige a García y le pide su ayuda para amarrarse dos pesas de cincuenta kilos. Malapagas pretende encadenarse una a cada pie con dos gruesas cadenas. García se preocupa ante esta inquietante petición y le pregunta a Jorge para que pretende atarse semejante lastre a sus extremidades inferiores. Malapagas le contesta que está decidido a acabar con su vida y necesita encadenarse a las dos pesas para que al lanzarse al agua se pueda hundir rápidamente hasta el fondo del mar. De esta forma, aunque en el último momento se arrepienta del intento de suicidio, no le será posible emerger.

García queda horrorizado ante esta inquietante petición y le pregunta a Malapagas qué le sucede y por qué quiere acabar con su vida de esta manera.
Jorge le contesta que se va a suicidar lanzándose al mar porque ya no puede seguir viviendo acosado por las deudas: debe dinero a los bancos, a las financieras, a las tarjetas de crédito, a los proveedores, a Hacienda, a la Seguridad Social, a la familia, y a los pocos amigos que le han quedado.

Por consiguiente ya no puede seguir eludiendo el pago de sus deudas; vaya por donde vaya le persiguen los acreedores, los abogados, los procuradores, los jueces, las agencias de recobro. Malapagas está harto de escapar de sus acreedores que lo están persiguiendo allá donde vaya; por tanto como no puede más prefiere acabar con su vida.

El amigo trata de disuadirlo, le dice que todo tiene arreglo, que las cosas pueden mejorar, que la vida es bella, pero el suicida no le escucha se encadena el mismo las pesas a los pies y se lanza a las aguas negras, gélidas y profundas del puerto. Jorge se hunde en fracciones de segundo. Durante unos instantes que a García le parece una eternidad, van saliendo burbujas a la superficie, señalando el lugar donde el suicida se ha hundido como una estatua de plomo. García, se recupera del susto y empieza a gritar pidiendo auxilio a los marineros de un buque atracado en el muelle.

Pero al cabo de treinta segundos Malapagas sale disparado del agua impulsado por una fuerza sobrehumana. Malapagas se ha liberado de las cadenas que lo anclaban con una habilidad digna del gran escapista húngaro Houdini. Nadando a una velocidad digna de Mark Spitz consigue llegar al muelle y saltar a tierra firme. Una vez en el muelle, empapado y jadeante, pero visiblemente asustado se dispone a salir corriendo como alma que lleva el diablo. Pero antes que pueda escapar García le coge del brazo y le pregunta porque ha cambiado de opinión. Malapagas le contesta: » La hostia, es que allá abajo me he encontrado con un buzo que está reparando la hélice de un barco al que debo 3.000 euros y no veas cómo se ha cabreado el tío».

Moraleja: como ven en esta vida no hay manera de escapar de las deudas.